Por Sofía Berrío Martínez
Preguntas que derivan en más me impiden salir del trance involuntario grabado en mi cerebro, sin escape, casi como condena; creé un mundo con los detalles que pasan imprevistos a otros ojos. Ese mundo era mi condena: mi cerebro no sabía detenerse y me enloquecía nunca tener una repuesta final a los cuestionamientos que acechaban en mi cabeza, que me atormentaban e incluso en las noches me impedían dormir. Con los años solo empeoraba hasta que, perdida en mi mente, me aislé totalmente de todos quienes pudieran interrumpir mis ideas y teorías. La tinta desaparecía en las hojas una tras otra y recopile más de mil libros de paradojas que a otros ojos no tendrían el mínimo sentido.
Me convertí finalmente en la presa de mi propio laberinto.