Por Sofía Berrío Martínez Colaboradora
Ana entonces atrapó cada una de sus lágrimas entre las telarañas que adoptaban figuras geométricas en el arco. Así huía de sus pesadillas, de las pesadillas que no la atacaban solo en la noche sino en el día, el cantar de los pájaros y el tocadiscos marcaban un nuevo capítulo y desde el tribunal de dioses le fue otorgado aquel instrumento para encarcelar cada una de sus penas, convirtiendo sus lágrimas en cristales tornasolados, alternados entre el hilo. Aparte de los hilos y círculos de madera, se le otorgaron plumas de águila para hacer que sus males volaran lejos de ella; así la tristeza fue consumida. El precio fueron también sus recuerdos, tanto los malos como los buenos. Sus días consistían en tejer cárceles de males junto al mar y sus recuerdos se iban con las mareas altas. Así nacieron los atrapasueños: cárceles de pesadillas y recuerdos.