Por David Barrera Acosta Eafit
Un día cualquiera, se despertó el zorro con el mismo dolor en la espalda de todos los días, aunque sin la sensación de haber dormido mal, el cual siempre había tenido desde que era un pequeño; fue extraño, pues nació con esa sensación, pero sin darle vueltas al por qué, se levantó rápidamente y salió de su madriguera.
El bosque tenía en el aire un efecto extraño, el zorro observó durante un tiempo razonable ese cambio, hasta que decidió que no se trataba de una amenaza, más bien, se sentía un ambiente de tranquilidad.
Su corazón acelerado se calmó mucho antes de llegar al otro lado del bosque, donde encontraba su comida todos los días. Durante el trayecto no hubo ningún sonido que lo alterara, ni especie alguna que se le acercara a hacerle daño. Al llegar al otro lado, vio que el bosque estaba más vivo y más animales estaban fuera, algo totalmente distinto a lo común.
La caza de la comida no duró demasiado, pudo terminar antes del atardecer, incluso se atrevió a ir más allá de donde nunca había ido, se movió por esos lugares que antes tenían sonidos de explosiones, por donde extraños cuerpos pasaban a toda velocidad y a veces terminaban por matar al que cogía desprevenido. No fue fácil pasar por allí, pero sintió la necesidad de hacerlo ya que siempre que se asomaba al otro lado desde su territorio, podía ver que a lo lejos en ese lugar de la montaña parecía haber más zorros. Estuvo solo unos cuantos minutos en el terreno desconocido, debido a que el sol comenzaba a esconderse y se devolvió a su madriguera.
El segundo día, fue todavía más inusual que el anterior; despertó con el dolor de espalda de siempre, y de nuevo sin la sensación de haber dormido mal. Asomó su cabeza por la salida de su madriguera, un poco aturdido por tanto ruido, volvió a esconderse, pero poco a poco intentó volver a salir, pensó que eran esas especies extrañas y peligrosas que merodeaban por el bosque, aunque esta vez no eran ellas, sino que eran más animales andando libremente, algunas las cuales jamás había visto en su vida.
Esta vez no se detuvo a cazar en el camino, se dirigió directamente donde su territorio terminaba y empezaba el otro, en el lugar que siempre había soñado estar. Se quedó allí un tiempo sentado, esperando a que no pasaran los cuerpos extraños a toda velocidad. No pasó ninguno durante mucho tiempo, así que fue llenándose de valor para cruzar.
Cruzó al otro lado, y notó que estaba igual de animado al suyo, con todavía más especies que eran irreconocibles para él. No muy lejos de donde se encontraba, pudo divisar un grupo de zorros que jugaban junto al río, su mirada se quedó clavada allí, podía sentir los olores de ellos; hacía mucho tiempo que no sentía ese tipo de olor, y menos el de una zorra.
Poco a poco el zorro se fue acercando al río, con el corazón queriéndose salir del cuerpo e ignorando todo lo que sucedía a su alrededor. Cuando estaba a no más de tres metros de distancia, los otros zorros, que ya lo habían olido, lo miraron de manera extraña pero amigable, y uno por uno se le acercaron juntando sus narices con el cuerpo de él. Se quedó petrificado, no sabía que hacer, solamente tenían su vista puesta en ella, que lo observaba desde lo lejos. Los demás zorros se alejaron y luego fue el turno de la zorra, que se acercó a hacer lo mismo.
Con un gesto que él entendió, lo invitaron a seguirlos, más allá del bosque, donde jamás había estado. Dudó unos minutos, mientras la manada se iba alejando, subiendo por las rocas de la colina, hasta que finalmente se decidió por ir allí, lejos de todo.
En lo más profundo del bosque pudo conocer infinidad de especies, subió a las montañas más altas, se bañó en todos los ríos posibles, ahora era parte de una manada, ahora estaba en el lugar que siempre debió estar.
Un día cualquiera se despertó y notó que no le dolía la espalda mientras salía de la madriguera. Cuando asomó la cabeza, sus crías corrieron hacía él, llenas de entusiasmo, las lamió a todas, a la vez que seguía caminando para observar el territorio. La madriguera se encontraba en lo más alto de la montaña, lo que le permitió ver desde allí todo el bosque en su vasta inmensidad y también, pudo observar que por un camino no muy lejos de donde se encontraba, estaba pasando uno de esos seres peligrosos que tanto lo atormentaban cuando vivía en el otro lado. Rápidamente fue a esconder a sus crías junto a su pareja en la madriguera. El se quedó afuera, vigilando que no se acercara demasiado la amenaza que suavemente se movía por el camino.
Pasados varios minutos sintió que el olor de ese ser estaba muy cerca, cada vez más cerca, hasta que en un instante apareció al frente de él, y ambos se quedaron mirando fijamente, hacía mucho tiempo que no veía a uno de estos animales y parecía que hace mucho tiempo que tampoco él veía a un zorro. Desde que esos seres se habían ido, los bosques cambiaron, se llenaron de nuevas flores, más animales salieron, el zorro pudo pasar al otro lado, y también parecía que ellos habían cambiado.
Luego de que se cruzaron las miradas, el zorro se puso en posición defensiva, pero el otro animal solamente empezó a retroceder poco a poco, se devolvió por donde había llegado y se llevó consigo todo el miedo que antes generaba, las explosiones, los cuerpos violentos a toda velocidad, se los llevó para jamás volver allí, al corazón del bosque donde jamás debió entrar, un lugar reservado para otro tipo de especies.
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