Colaboración David Barrera Acosta Eafit
De la misma manera que todos tuvimos una primera vez en el colegio, en la universidad o en un trabajo, esta semana mi mamá se enfrentó a una herramienta de enseñanza totalmente nueva. Nunca se había sentado al frente de un computador para aprender lo básico e, inclusive más, tampoco se vio jamás en la necesidad hacerlo porque éramos mi hermano y yo los que le ayudábamos cuando de algún asunto de tecnología se trataba. Pero ahora se encontraba ella en la tarea “obligatoria” de manejar por sí sola un computador para dictar una clase completa para no menos de 130 estudiantes.
Miles de pensamientos pasan por la cabeza cuando hacemos algo por primera vez ¿Saldrá todo bien? ¿Estaré a la altura? ¿Qué pasa si me ganan los nervios y nada funciona? Solo con ver a mi mamá, me daba cuenta de que algo así más o menos pasaba por su mente. A pesar de que ambos nos sentamos horas durante varios días practicando, de cierta manera hay un cambio cuando ya se trata de estar enfrentado a las personas.
Ella me miraba con algo de miedo, me pedía que estuviese pendiente de ella a pesar de que al otro día yo tenía un parcial importante. Pero de la misma manera en que mis padres estuvieron ahí cuando más los he necesitado, cuando tenían una inmensa cantidad de asuntos pendientes y aún así me acompañaron, quise yo estar ahí, al lado de ella (aunque nadie me veía en la cámara) para darle todo el apoyo y la confianza y poder verla en su primer día de clase.
La primera clase era con los niños de los grupos primero A y B, ambos al mismo tiempo, cada niño con su papá al lado. Faltando cinco minutos para empezar, ella estaba impaciente, se mordía los labios con un poco de ansiedad, mirando la pantalla preparada para dar el siguiente paso. Justo a las cuatro de la tarde le dio clic en la opción unirse y, como si de un cantante se tratara o una estrella de cine, todos los niños se emocionaron al instante, saludándola con palabras de cariño: “Te extrañamos profe”, “te amamos”, “Qué bueno verte” y otro montón de frases que no alcancé a entender, pero en ese instante solo se sentía una energía increíblemente bonita. Rápidamente la expresión de ansiedad que notaba en mi mamá fue disminuyendo, cada vez la veía más compuesta en su posición de profesora.
Luego de los saludos, que duraron más o menos uno 10 minutos (además, mientras esperaban que todos los demás niños se pudiesen conectar), comenzó la clase realmente, en la que ella debía compartirles la pantalla por medio de la aplicación Teams, manejar Word y evitar cerrar una de estas ventanas o apagar el audio o el video, que fueron los mayores inconvenientes a los que se enfrentó cuando le estaba enseñando. Pero lo hizo bien, como si fuese su manera habitual de enseñar, se desenvolvió con total naturalidad, pudo abrir videos en YouTube sin problemas, compartir su pantalla y recorrer el archivo de Word en donde tenía toda la clase preparada. Finalmente, la clase transcurrió con toda normalidad y, al terminar, nos miramos los dos llenos de alegría, ella totalmente feliz, quitándose la tensión de encima, y nos dimos un abrazo. Ahora seguía la clase con los de segundo, la cual sí le presentó mayores retos.
La clase con los niños de segundo comenzaba a las 5 de la tarde. Esta vez estaba ella mucho más tranquila, sabiendo que había sido capaz y que ya sabía cómo desenvolverse; pero no: esta iba a ser una clase muy distinta.
Al igual que con los niños de primero, cuando entró a la clase, todos la saludaron llenos de energía y mucho entusiasmo, todos enviándole mensaje de cariño que se fueron más allá de lo esperado y ahora, de tantos niños que hablaban, no la escuchaban a ella cuando les decía que era momento de iniciar la clase. Hubo un pequeño momento en el que todos se quedaron en silencio y pudo aprovechar para que la escucharan, dándoles instrucciones acerca del uso del micrófono y de la cámara. Luego del caos llegó la calma para poder comenzar la clase, la cual no empezó bien.
La primera parte de la clase era un video de YouTube, que ella había abierto antes, practicando una y otra vez con el enlace que tenía en Word, pero justo en el día que debía funcionar como siempre, el enlace no funcionó. Intentó varias veces abrirlo y, al ver que no le funcionaba, me hice a su lado, la ayude a ponerlo de nuevo, sin mayores complicaciones. Pudo, ahora sí, reproducir el video en la clase, pero ya se daba cuenta de que no siempre y no todas las clases iban a ser iguales, cada una con distintas cosas a las que enfrentarse.
A pesar del inicio algo alarmante, que no fue nada del otro mundo, ella continuó con la clase fluidamente, con la no fácil tarea de tener a 67 niños con sus papás al lado, intentando mantenerlos atentos y transmitirles la información de la mejor manera posible.
En la parte final de la clase, algunos padres de familia le comunicaron que tenían varias dudas acerca de cómo enviar las tareas, ya que estas no se iban a entregar por el correo sino por la plataforma Teams, y ahí se presentaba otro nuevo reto para ella: explicarles en su pantalla todo el procedimiento, algo que unas semanas atrás era de lo más complicado a lo que se enfrentaba. Paso por paso los fue guiando, mostrándoles en qué casilla apretar, dónde se encontraba la opción de adjuntar documentos y cómo los adjuntaban, todo esto como si llevara toda la vida manejando la plataforma.
Finalmente, gran parte de los papás le enviaron mensajes de cariño y agradecimiento por la clase que les había dictado, les había gustado muchísimo y esperaban ya para la siguiente.
Y así fue como mi mamá, en su primer día de clase virtual, se desenvolvió de la mejor manera posible; con algunos contratiempos, sí, pero ninguno que no pudiese enfrentar.
#Al100PorBelén, #QuédateEnCasa