Por Héctor «El Guari» Montoya.
Las historias son para contarlas y esta ocurrió́ en un pequeño país suramericano llamado Uruguay.
En 1900, un dirigente del Nacional de Montevideo, cansado de los lamentos de sus jugadores por tener que “hinchar” ellos mismos las pelotas de cuero que eran traídas desde Inglaterra, se dio a la tarea de buscar a un tal Prudencio Reyes, de quien decían trabajaba muy bien el cuero, pues era su oficio de profesión.
En efecto así fue. Durante meses las pelotas, los zapatos y bolsos de los jugadores lucían radiantes, pero lo que más llamaba la atención de propios y extraños era que durante los juegos Prudencio se hacía a un costado de la cancha para apoyar a los jugadores con agua, vendas, vestuario y todo lo que ellos requerían… y aún así le quedaba tiempo y “aire” para hinchar las pelotas y alentar al club.
Hoy día retumba en el museo del club el: «¡Vamos, vamos Nacional… Vamos, vamos Nacional!».
Y las personas incrédulas preguntaban, mientras se unían a sus cánticos contagiosos:
—¿Quién es ese muchacho que no se cansa de gritar y gritar?
Alguien desde la misma tribuna respondió́:
—Ese es el hincha… el hinchapelotas del Nacional.
Y así nació́ la leyenda llamada Miguel Prudencio Reyes Viola.
En el Gran Parque Central en Montevideo, Uruguay, se encuentra una estatua del que es considerado el primer hincha de fútbol en el mundo.