Detrás del agua que sale de la llave en los hogares de los valles de Aburrá y San Nicolás hay un extenso proceso técnico para la potabilización y el abastecimiento. Además, y aunque buena parte de los usuarios no lo sepa, EPM busca constantemente fuentes hídricas que permitan atender la creciente demanda de ese servicio en Medellín, Rionegro y sus municipios aledaños.
Esa búsqueda hace que el proceso sea cada vez más difícil y costoso, y se explica porque a periodos de sequía cada vez más largos, se suma el problema de que fuentes, tomas y embalses se ven afectados por la contaminación como consecuencia de la expansión de zonas urbanas y actividades agrícolas.
“Nuestra fuente mejor protegida, pero también una de las más pequeñas y susceptibles al cambio climático, es Piedras Blancas. Esto se debe a que para ella se compraron, antes de que existiera EPM, grandes extensiones de bosque para protegerla, lo que hoy conocemos como el parque Arví. Eso ha garantizado que las cuencas conserven una muy buena calidad”, asegura Juan Camilo Hernández Díaz, ingeniero sanitario vinculado a la Unidad Producción Aguas de EPM.
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En este mismo sentido se destaca Palmitas, porque las dos fuentes que abastecen este sistema provienen de bosque nativo intacto. “El agua allí se trabaja como antes, simplemente hacemos un pequeño filtrado para quitar algunas impurezas, adicionamos cloro para eliminar patógenos y queda lista para el consumo”, explica el ingeniero.
En contraste, en el embalse La Fe, que provee casi el 60 % del agua del Aburrá y se va a convertir pronto en el gran abastecedor del Valle de San Nicolás, se siente la afectación por la urbanización en laderas cercanas; mientras en Río Grande II, la presión se da por la extensión de potreros y áreas de cultivo.
Entre tanto, algunas de las fuentes que alimentan Santa Elena han llegado a agotarse en veranos muy extensos, mientras en San Cristóbal uno de los principales problemas es el vertimiento de aguas residuales e hidrocarburos por el lavado de vehículos en las quebradas que abastecen la captación del sistema.
Todo esto implica, dice Hernández, “mayores costos en productos químicos para la potabilización, la introducción de tecnologías avanzadas de tratamiento, como desinfección con ozono o dióxido de cloro, y es posible que en el futuro cercano debamos implementar técnicas de filtración avanzada, como nanofiltración, microfiltración e incluso ósmosis inversa, tratamientos con un alto consumo energético”. Eso exige buscar fuentes cada vez más lejanas y en zonas con mejores condiciones de protección.
“Lo que ha hecho EPM para mitigar esos impactos negativos y lograr la recuperación de las fuentes abastecedoras es asociarse mediante convenios con las corporaciones ambientales como el Área Metropolitana del Valle de Aburrá, Cornare y Corantioquia, por ejemplo, en proyectos como BanCo2, con el cual se busca la protección del recurso hídrico a través de programas de pago por servicios ambientales”, dice el funcionario.
Pero esas iniciativas de protección se hacen difíciles sin el compromiso de las comunidades. Por ello, el personal de EPM que trabaja en las zonas de embalses y captaciones apoya las campañas de concientización para que los habitantes de estos lugares entiendan que la contaminación generada en esas fuentes repercute en el abastecimiento de agua potable de millones de personas.