Colaboración Ángela Penagos
Tuve la suerte de nacer en una familia numerosa, formula esencial para aprender de la convivencia, el amor y la diferencia. Mi hogar quedaba a una cuadra del parque de Belén y fue el laboratorio de la vida humana.
Mi padre Arturo, recogía en una bolsita palabras que recortaba de revistas o periódicos y las guardaba como un tesoro. Los sábados por la tarde nos reunía en el patio de la casa, se paraba en el centro del círculo que hacíamos, llevaba lentamente su mano a la bolsa y sacaba palabras que lanzaba ceremoniosamente al cielo.
Cuando caían al suelo, vi como las letras se dejaban mover de un lado para otro, subir, bajar, formar palabras, se reconciliaban conmigo, me amaban, huían, pero siempre podíamos volver a empezar a jugar.
Recuerdo como caían las palabras pájaro, castillo, duende, caballitos de mar, que mis hermanos y yo corríamos a recoger. Ellas despertaron mi curiosidad y el deseo de escribir.
En la escuela tocaba la vida con dedos pequeños pillando renacuajos, hormigas haciendo fila. La voz de mi maestra Mery modulando la eme de mamá resuena en mi oído como el sonido de la caracola marina. La u era el columpio del universo y la o ventana por donde me asomaba al corazón.
Emprendí el viaje por calladas curvas y arroyos interiores. La adolescencia me esperaba a la vuelta de la esquina.
La generosidad, el deseo de complacer, el entusiasmo y la imaginación eran mi gracia. Comprendí que a través de la convivencia y la diferencia nos damos la mano para deletrear la flor que crece en espiral acercándonos y alejándonos del centro hasta llegar a nuestra propia voz.
Los libros me contaban historias fantásticas y me hacían compañía. Búsqueda intensa que termina en un homenaje a mi padre que me acercó a ellos, cuyas páginas siguen aleteando como pájaros en el cielo que él habita.
ÁNGELA PENAGOS LONDOÑO
Poeta colombiana y Presidente de Red de Mujeres Artistas Medellín
Con la energía de la luna nueva
